Una mujer sabia no desea ser enemiga de nadie; una mujer sabia se niega a ser víctima de alguien.
-Maya Angelou
Sucedió hace más de diez años. Tenía una sinusitis y fui a un centro de salud en Ginebra, Suiza, donde vivo. El lugar es un establecimiento vetusto que data de los años 70, no suele haber gran afluencia de pacientes. Debí haber tomado aquello como una advertencia.
Después de algunas preguntas, el médico que me recibió me dirigió a la mesa de examinación.
— Es una sinusitis recurrente, necesitaré antibióticos — le dije.
— Quítese la blusa — respondió.
Me escuchó el corazón y los pulmones con su estetoscopio. Me revisó los oídos y la garganta. Después, de manera pausada, como en cámara lenta, puso sus manos sobre mis senos. Una mano en cada seno, sujetándolos con las palmas de las manos hacia arriba como un sostén. Su gesto duró solamente unos segundos. No reaccioné, al contrario, quedé congelada. Me convertí en una mosca que miraba la escena desde afuera, desde mi hombro izquierdo. Una mosca petrificada, vacía y sin aliento. Recuerdo que el doctor buscó mi mirada. Antes de clavar mis ojos en el suelo alcancé a ver su expresión de triunfo.
— Está sucediendo — murmuró la mosca en mi oído. Pero yo estaba fuera de su alcance.
El doctor retiró sus manos de mis senos y me dijo que podía vestirme. De regreso en su escritorio me formuló una prescripción de antibióticos. No recuerdo ningún detalle. Probablemente le di las gracias. ¿Le estreché la mano? ¿Me tembló la voz cuando me despedí?
Volví a casa en bicicleta. Con cada golpe de pedal recobraba gradualmente mis sentidos. “La libertad es la distancia entre el cazador y la presa” leí en alguna parte. Cuando entré a casa, Camille, mi hija mayor, que entonces tenía 17 años, estaba en la cocina. Le conté lo que había pasado.
— ¡Mamá! ¡Sentada en una camilla, estabas a la altura perfecta para darle una patada en las pelotas! —
A diferencia de mí, Camille no se dejará engañar por la autoridad del título de “Doctor”, o el emblema de la bata blanca. Siempre verá al lobo que se esconde detrás de la piel de cordero. A veces me pregunto si fue mi cobardía lo que hizo de ella una mujer fuerte.
— Espera, ese ‘doctor’ que viste ¿está en la Clínica X? — preguntó mi hija. Porque eso que describes es exactamente lo que le pasó a mi amiga Ángela.
Fue entonces cuando finalmente me permití sentir rabia. Si se trata sólo de mí, puedo desentenderme, ser testigo de mi propia agresión en lugar de reconocerme como víctima. Pero no permaneceré pasiva frente a un médico que acosa a menores. Al día siguiente, reuní el valor para llamar a la clínica y pedir cita con el director.
— ¿Cuál es la razón de la cita? — preguntó la operadora.
— Privado — le dije, cruzando los dedos para que no pidiera más información.
Qué difícil es denunciar. Todas las otras opciones como negar, culparse a sí misma o decirse que fue sólo un gesto banal, parecen más atractivas. No me sorprende que menos del 25% de las víctimas de acoso sexual presenten una denuncia.
Unos días después, fui recibida por el director de la clínica. Era un médico de unos 60 años. Con voz vacilante, le dije lo que había pasado.
— Señora, ¿no habrá malinterpretado el gesto del médico? Verá, este doctor es un hombre del Sur. En esas culturas…
— Yo soy “del Sur” — le interrumpí, con voz temblorosa — Soy colombiana, distingo un gesto cálido y afectuoso de uno inapropiado.
— Es fastidioso esto para mí. — continuó — Verá, me voy a jubilar pronto. El médico al que acusa del gesto inapropiado está designado como mi sucesor.
Finalmente, el director prometió tomar medidas.
— Le aseguro, señora, que el doctor estará, de ahora en adelante, acompañado por una enfermera en la consulta. ¿Le parece suficiente? ¿Desea confrontarlo cara a cara? ¿O hacer una denuncia?
Como era de esperar, acepté la promesa de vigilancia y me fui. Había hecho lo correcto.
— “Deje así” — me decía una voz interna. Al fin y al cabo, no era tan grave ¿o sí?
No acaba allí
Diez años después, en septiembre de 2019, estoy en la cocina de mi casa con mi hija menor Chloé y su amiga Lucie. Ambas tienen 21 años. Le pregunto a Lucie cómo sigue, ya que lleva varios días resfriada.
— Pues, terminé tomando antibióticos para un resfriado — dice.
Y luego esquiva la mirada, se queda callada, parece incómoda.
— Algo desagradable me pasó… fui a la Clínica X.
La simple mención de esa clínica junto a la palabra “desagradable” me detiene en seco. Con el corazón palpitando me aparto del lavaplatos en el que estaba lavando una lechuga. Mi hija, que está al tanto de mi incidente, me mira.
— ¿Qué te pasó? — Le pregunto a Lucie. Suena como una orden.
— No se, el doctor que me atendió era… extraño. — dice.
Pienso en cómo nos faltan las palabras para nombrar el abuso.
— Hacia calor, yo llevaba un vestido de verano ligero, — comienza Lucie.
Su voz parece apagada, avergonzada.
— El doctor dijo que no podía oír mi corazón a través de la tela, pero realmente era una tela delgada. — insiste. Lucie mira a mi hija, me mira a mí, parece estar pidiendo confirmación. — ¿He interpretado mal? — pregunta.
— Me dijo que me quitara el vestido. Lo pasé por encima de mi espalda, sosteniéndolo sobre los hombros. Me auscultó la espalda, y luego me desabrochó el sostén… no me lo esperaba. Ni siquiera me anunció que lo iba a hacer… ¿Era necesario? — pregunta.
Despertar
Dos días después, estoy en la recepción de esta clínica. La misma en la que estuve años atrás. Han renovado un poco, está menos vetusta. Esta vez soy una mosca alerta, al vuelo. Estoy decidida a averiguar si se trata del mismo doctor. Para eso necesito saber el nombre de mi médico. Tengo el nombre del doctor que atendió a Lucie. Le invento una historia a la recepcionista, le digo que había estado allí en 2009 o 2008, que un médico me había tratado con éxito de una alergia. Digo que me gustaría que viera a mi hija, bla, bla, bla… Mientras hablo, me pregunto si la mujer sabe que invento. Es una mujer dulce y amable de unos 50 años.
— Sistematizamos todos los registros después de la inundación. Si no la encuentro en nuestra base de datos electrónica, iré al sótano a buscar los archivos de papel. — me dice.
Encuentra mis archivos en el computador, pero la única entrada en mis registros médicos es del 2013. Me recuerda que volví para una radiografía de tobillo. Lo había olvidado por completo. La mujer va a buscar los archivos de papel no encuentra nada que remonte más allá.
Las tarjetas de visita de los médicos actuales están en la recepción. Tomo la tarjeta del médico de Lucie y le pregunto a la recepcionista si el Doctor B podría ser quien me recibió en esa época.
— No, el Doctor B sólo ha estado con nosotros dos o tres años — responde.
Así que no es el mismo doctor. Concluyo que eso no es una buena noticia. Simplemente indica que el Doctor B no es el único médico abusivo en esta clínica. Salgo de allí con un sentimiento de fracaso: no tengo el nombre del médico abusivo que me vio a mí años antes. Me pregunto si la recepcionista está al tanto de estas prácticas. Tal vez esté dispuesta a darme información, a pesar de que está cerca a jubilarse. O probablemente, quiera evitar un escándalo. Necesitamos más testimonios. Tengo el número de Ángela. Le envío un mensaje a través de WhatsApp. No he estado en contacto con ella en años.
— Hola, Ángela, soy la mamá de Camille. Espero que estés bien. Me gustaría hablarte de algo que creo que te pasó hace más de diez años. Ya sabes, en la Clínica X. A mí también me pasó algo desagradable allí. ¿Estarías dispuesta a contármelo?
Más tarde, en el teléfono, me dirá que dudó en contestarme.
— Ha pasado tanto tiempo. He dejado atrás la historia — dijo. O eso pensaba, añadió.
Después de que le cuento el nuevo incidente de Lucie. Ángela empieza,
— No estaba bien en ese momento, entraba y salía de esa clínica. Una vez el médico de turno que me atendió era urólogo. Estoy segura de que esa era su especialidad porque en esa época a menudo sufría de cistitis y me pareció conveniente. El doctor me pidió que me quitara la camisa y me quitara el sostén. Me sorprendió su petición, pero la ejecuté estoicamente, sin ninguna objeción. Me tocó los senos. Todo el tiempo supe que lo que estaba haciendo no tenía nada que ver con un examen médico.
Ángela me dice que está comprometida con la promoción de los derechos de la mujer. Menciona que participó en la organización de la reciente huelga de mujeres en Suiza. Hablamos del movimiento #MeToo, el movimiento igualitario.
— No perdamos esta ola. — dice finalmente Ángela — Basta de silencio. No estamos solas. Si somos tres víctimas en un círculo tan estrecho, tiene que haber muchas más mujeres afectadas.
Me siento a escribir nuestra historia.
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Este texto fue publicado originalmente en inglés en Medium en enero de 2020. Después apareció en francés y ahora en español. El acoso sexual por personal médico ocurre en todas partes, por eso quiero compartir este testimonio ampliamente. Después de su publicación, Ángela, Lucie y yo dimos nuestro testimonio a una periodista de la Tribune de Genève, un diario de Ginebra. En el artículo una nota invitaba a testimoniar. Nuestro llamado a compartir los testimonios hace parte de una campaña informativa, educativa. Busca mostrar que hay un problema, inclusive en un país avanzado con un estado de derecho que funciona. Esta no es una denuncia legal. El período para denunciar penalmente ya expiró y lo cierto es que demostrar la carga de la prueba es difícil. El médico fácilmente puede pretender que el gesto era legítimo, parte del procedimiento médico. Queda la palabra de la paciente contra la del médico.
Si desea compartir un testimonio, puede escribirnos a harceleeparmonmedecin@gmail.com o visitar la página de la fotógrafa Aline Bovard Rudaz https://www.alinebovardrudaz.com/ o nuestra cuenta Instagram: https://www.instagram.com/basta.harcelement/
Ximena Escobar de Nogales
Ginebra, enero 17 de 2021